
Últimamente, no sé si el presidente de Estados Unidos tiene algo que ver, he cogido una racha de mala suerte y peores lecturas, y no hay forma de terminar ningún libro. Es igual si se trata de ensayo o ficción, de actualidad o de historia, porque solo de milagro y con gran esfuerzo llego a la página cuarenta. Nunca se me han dado bien los milagros, pero cada vez tengo menos paciencia con textos malos. Hasta me cuesta leer la prensa, y si los libros solo me duran unas páginas, las noticias y los comentarios se quedan en líneas. Para qué más, si en la mayoría de los casos no saben lo que dicen. Naturalmente, lo primero que pensé es que esto era cosa mía, achaques de la edad, dificultades de comprensión, porque no es normal que haya tantos libros malos y comentaristas incompetentes. Pero y si los hubiera. Y si el saber, así en general, se estuviese reduciendo progresivamente, como les sucede a los cosmólogos cuya disciplina ya no es el universo, sino apenas el 5 % de universo, o a los neurólogos, convencidos de que ni a ese breve porcentaje llegan. Y qué decir de sociólogos y politólogos, que han dejado por imposible su materia de estudios sustituyéndola por estadísticas. Los filósofos ni eso, solo discuten con antiguos filósofos equivocados. Y si los sabios, por serlo, ven reducirse cada vez más su ámbito de conocimiento, qué no nos sucederá a los demás. Puede que sea una racha de malas lecturas, o un déficit cognitivo personal a causa de la edad, pero eso no descarta que jamás se habían escrito tal cantidad tonterías, y con tan penosa sintaxis.
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