Pacifistas

Algunos dicen que mantenerse pacifista en el mundo de hoy es una postura infantil e ingenua y que, si haces frente a la realidad, lo que tendríamos que desear es armarnos hasta los dientes para frenar las ansias de conquista de los matones del patio. Hace meses que en todos los foros internacionales los matones del patio -Estados Unidos, la OTAN- hacen referencia a la pérfida Rusia y a su loco mandatario para meternos miedo en el cuerpo y correr a gastar lo que no tenemos para almacenar toneladas de chatarra bélica en unas naves olvidadas, donde acaban oxidándose. Yo, qué quieren que les diga, me mantengo firme en mi pacifismo. También por instinto de supervivencia. Ucrania lleva tres años empeñándose en sostener en pie unas fronteras que hace tiempo que ha perdido. Grandes territorios están ya bajo dominio ruso. ¿Resultado? Una sangría de 46.000 soldados muertos y casi medio millón de heridos y mutilados. Para acabar perdiendo esa tierra, claro. Es decir, un monstruoso sacrificio -no para Zelenski ni para los generales que dirigen sus tropas, sino para las familias anónimas, gente normal a la que seguramente le importa un bledo la sacrosanta unidad territorial- sin ningún beneficio. Ha ocurrido a lo largo y ancho de la historia, las guerras jamás traen nada bueno. Quizá para Rusia, pensarán algunos. No sé, calculan que allí se acerca al millón de personas masacradas, entre muertos, mutilados, heridos, desaparecidos y capturados. ¿A cambio de tener un puerto, un río, tierras, incluso riquezas minerales? Quizá sea infantil e ingenuo, pero a mí me parece más saludable la rendición el día uno del conflicto. Sin armas, sin disparos. Que el matón se quede con lo que desea. Y yo siga con mi vida.

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