Lo agendable

Aunque debo reconocer que siempre me han llamado la atención las agendas y que muchos meses de enero me he comprado una -postureo, en realidad- todas me han quedado por estrenar. Puede que en alguna haya anotado alguna cita médica para la que aún faltaba mucho, pero después no la he vuelto a consultar. A veces, por no derrochar papel, la he convertido en libreta para las notitas que apunto cuando se me ocurre alguna idea para un cuento o un artículo. Pero, siendo sincera, nunca he pasado de las primeras páginas. En fin, que yo no soy en absoluto de agendas. Y eso que me da envidia ver las de los demás, con todo apuntadito (fechas, horas, tareas, etc.) Y a veces me propongo hacer lo mismo de una vez, pero acaba siendo inútil. No debería comprarme una agenda nunca más, porque esta es otra: me da pena tirarlas. Y esto conlleva una acumulación de libretitas en cajones y estantes, con la consiguiente falta de espacio para los libros. En fin.

Noticias relacionadas

Pero es que la cosa me viene de lejos. Cuando era joven no me hacían falta, porque yo tenía muy buena memoria. Más tarde, cuando mi memoria se vio ya bastante mermada, tampoco quería agenda, pues pensaba que recordarlo todo mentalmente me haría ejercitar la cabeza. Un esfuerzo bastante ridículo, si una lo piensa con objetividad. ¿Y ahora? Pues ahora debo reconocer que no debería hacerle ascos a una agenda, pues todo se me olvida rápidamente, no recuerdo las fechas de nada de lo que tenga que hacer y puede que me olvide por completo de acudir a alguna cita. En fin. Un desastre. Este artículo, sin ir más lejos, se me ocurrió a finales de diciembre tras mi visita al psiquiatra puesto que, como no había apuntado nada, me fui sin tener ni idea de qué día tengo que volver. Maravilloso. Pero es que desde que las cosas se ‘agendan’ (qué birria de verbo) aún las detesto más.

Enlace de origen : Lo agendable