Cuando Jorge Milia, mal estudiante de 15 años en el Colegio de la Inmaculada Concepción (Santa Fe, Argentina), tuvo conocimiento de que llegaba un nuevo profesor de Literatura llamado Jorge María Bergoglio no se imaginaba que trabaría una duradera y firme amistad con ese maestro. Menos aún que «ese joven de 28 años que apodábamos ‘carucha’ por su rostro infantil» llegaría a ser el Papa Francisco en 2013.
Relata que la muerte del Pontífice «ha sido devastadora, me ha dejado sin referencia en este momento, pero debo recordar su lema Miserando atque eligendo (lo vio a través de los ojos de la misericordia y lo eligió). Francisco me confesó que no tenía miedo a morir, pero sí a quedar en estado vegetativo». Sobre su sucesión me dijo: «yo no puedo hacer nada, porque acá el que importa es el Espíritu Santo. Que la decisión no sea mía me libera de muchas cosas; que sea lo que Dios quiera».
A sus 76 años, el periodista y escritor Jorge Milia vive en Inca, donde llegó ahora hace casi tres años para poder estar más cerca de sus hijas. Explica que su primer encuentro con Jorge Bergoglio «se produjo cuando entré en la Academia de Literatura y me insistía en que debía trabajar duro, sin tener en cuenta mis malas notas». Como profesor «era muy gracioso, sabía manejar la clase, aunque tampoco dejaba que nadie le pasara por encima». Un momento cumbre fue cuando Bergoglio logró que Jorge Luis Borges visitara la academia para dar unas charlas y como el escritor «pidió que los estudiantes le mandaran algunos textos. Se ofreció a prologar el libro con los escritos, que se tituló Cuentos Originales y del que tengo un ejemplar dedicado por el profesor Bergoglio».
La amistad entre el futuro Pontífice y Jorge Milia prosiguió durante años, «a pesar de que hicimos nuestro camino, nos veíamos cada ciertos años y conversábamos de forma muy directa». En 2006 publicó De la edad feliz, para conmemorar los 40 años del bachiller, y «el entonces cardenal Bergoglio lo prologó».
Desde su nombramiento en 2013, «lo habré visitado una decena de veces, nos escribíamos por mail y alguna vez me llamó al móvil directamente». Recuerda que en el primer encuentro «estaba muy nervioso, no sabía cómo dirigirme a un Papa al que yo tuteaba. Iba con mi familia y al verme me agarró y dijo: ‘me llevo al hereje y ustedes están en su casa’. La audiencia privada se prolongó por una hora y media». Jorge Milia subraya que «podíamos hablar de temas políticos, culturales o personales y Bergoglio siempre sabía relativizar. En lo único que se mostraba inflexible era con los abusos infantiles en la Iglesia y no concebía que se usara una situación de poder para cometerlos».