Cuando no hay manera de ordenar algo, ni se encuentra criterio racional para ello, y el desorden absoluto amenaza con expandirse a otros ámbitos con las injusticias que tal caos conlleva (lo que es un fenómeno corriente, anterior a la teoría del caos), no hace falta perder la cabeza porque aún nos queda, de fácil aplicación, el orden alfabético. Otro gallo nos cantaría si en lugar del ordenamiento jurídico, aplicásemos el ordenamiento alfabético. Y lo mismo vale para cualquier otra situación de desorden, político, moral o sentimental. Orden alfabético, y se acabaron las discusiones. Ya sé que en un listado de grandes inventos de la humanidad debería haber incluido el alfabeto a secas, que no sólo es el mayor invento, sin el cual ni siquiera seríamos humanos sino bichos raros, sino también el origen de casi todos los inventos restantes. Pero claro, yo no siempre hago lo que debo, y citar el alfabeto a secas me ha parecido un recurso muy manido, tópico y simplón, porque quién no está ya al cabo de la calle de que el alfabeto, y los signos numéricos que le acompañan, es con diferencia nuestro invento más extraordinario, el que nos distingue y define. Vale, ya lo sabemos, de modo que he preferido ir más allá y destacar el orden alfabético. Invento añadido, digamos adjunto, totalmente inesperado. ¡El alfabeto pone orden en el desorden!
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