
No me digan que no es interesante, hoy 10 de marzo, es el día internacional de las juezas, de Mario el de Nintendo, de la gaita y de la peluca. Lo de la peluca me intriga, porque cubre la cabeza de los calvos, pero también molesta, y porque existen pelucas de fantasía con las que las mujeres pueden cambiar de aspecto ipso facto. Pero su uso no está muy difundido, no es como lo que ocurría en el siglo XVIII, cuando el que no llevaba peluca –y no la llevaba empolvada–, debía de ser menos que un pobretón. Hasta los años de preguerra del siglo pasado era costumbre llevar sombrero, los hombres un sombrero de fieltro, con el que protegerse en invierno, y un sombrero de paja en verano. Las mujeres un sombrerito pequeñito, que parecía una tarta helada con frutos secos, o un sombrerazo estilo pamela que daba más sombra y confería un aspecto de jovencita en ciernes, si era blanco, o de viuda negra o Mata Hari, con colores oscuros y una boquilla para fumar. Los egipcios se afeitaban la cabeza y se ponían peluca para combatir los insectos, las prostitutas de la Edad Media eran castigadas a base de raparles la cabeza y los niños rebeldes de los años cincuenta también resultaban esquilados y si reincidían los mandaban a un reformatorio. Hubo tiempos en que algunos hombres se ponían un bisoñé, se dejaban un bigotito ensortijado que también parecía postizo y llevaban un reloj con cadena y un monóculo sin graduación ni nada. Al menos así nos pintan a Jack Lemon encarnando al millonario Lord X que ronda a la fille de joie interpretada por Shirley MacLaine en Irma la Douce, la película de Billy Wilder basada en el musical francés de Alexandre Breffort y Marguerite Monnot.
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Enlace de origen : El día de la peluca