Fue un gesto pequeño pero cargado de simbolismo. El domingo por la mañana, en las inmediaciones del Gran Palacio de Bangkok, los manifestantes tailandeses colocaron una placa con un mensaje que en realidad era un reto: “Este país pertenece al pueblo y no es propiedad del rey como nos han hecho creer”. Un día después, la placa ya había sido retirada por las autoridades, que indicaron que su instalación podría constituir un delito. Una advertencia seria pero insuficiente para frenar a los descontentos, que están poniendo contra las cuerdas al poder tradicional.
Lo que comenzó a principios de verano como una protesta estudiantil confinada a los campus se ha reconvertido con el paso de las semanas en un movimiento contestatario mucho más amplio, que ya incluye a sectores campesinos y a las clases urbanas menos pudientes.
El colofón se vivió este fin de semana, cuando decenas de miles de tailandeses tomaron la capital para protestar, de forma pacífica, contra el Gobierno y la monarquía. Además de colocar la pla-
ca después retirada, la jornada tuvo otro momento histórico cuando los convocantes entregaron una carta a las autoridades con tres demandas que van contra los cimientos del poder: la aprobación de una Constitución más democrática, la dimisión del Ejecutivo del general Prayuth Chan-ocha y la reforma de la corona. La carta estaba dirigida a la casa real, aunque es poco probable que llegue a manos del rey Maha Vajiralongkorn, que reside habitualmente en Alemania.
Durante décadas, la monarquía tailandesa fue una institución intocable, en la que Bhumibol, padre del actual rey, supo sobrevivir en medio de los débiles gobiernos democráticos, golpes de Estado y dictaduras militares que se sucedieron en el país. Pero si el anterior monarca gozaba del cariño del pueblo y se mantenía ajeno a cualquier crítica, el actual no suscita ni de lejos el respeto y la veneración de su antecesor.
Desde que se hizo con el trono, Vajiralongkorn se ha dedicado a consolidar su poder haciéndose con el mando de unidades claves del ejército o asumiendo el control personal de las propiedades de la corona, mientras que sus escándalos amorosos y caprichos de niño rico siguen dando que hablar. Como consecuencia, ni los 15 años de cárcel que acarrea alzar la voz contra la corona han evitado que cada vez más personas, sobre todo jóvenes, exijan una reforma de la institución. “Nuestra mayor victoria en estos dos días ha sido demostrar que la gente común como nosotros puede enviar una carta a la realeza”, señaló el domingo uno de los líderes de las protestas, Parit Penguin Chiwarak.
Por su parte, el primer ministro Prayuth desveló que el propio monarca ha pedido que no se aplique contra ellos –todavía– la ley que castiga los delitos de lesa majestad. Sin embargo, eso no ha evitado que sobre los activistas más significados se amontonen cargos como el de sedición, con hasta siete años de prisión.
Pese a ello, las protestas se mantienen. El próximo 14 de octubre se ha convocado una huelga general y se ha pedido el boicot del Banco de Siam, del que el monarca posee el 23% de las acciones. Los que protestan se adornan con un lazo blanco en la solapa y levantan tres dedos de la mano, gesto inspirado en la película Los juegos del hambre , cada vez que suena el himno nacional.