La economía menorquina durante la primera mitad de siglo XVII fluctuó a la baja, pero a partir de 1650 y durante el XVIII, fue expansiva, y es probable que dicha tendencia hubiese sido la misma de no pertenecer Menorca a la Corona británica durante esta centuria, extremo que no debe soslayar la influencia inglesa en el crecimiento económico de la Isla.
La presencia británica entre 1708/13 y 1756, y después entre 1763 y 1782 fue positiva en lo económico; no obstante, la recuperación de la isla para la corona de España, en el reinado de Carlos III, en la Pascua de 1782, no interrumpió el dinamismo económico alcista menorquín; es más, Menorca ganó los mercados americanos directamente o a través de Barcelona. Entre 1798 y 1802 tornaría a dominio inglés.
La población de Menorca creció de modo espectacular en el setecientos, sobre todo en Mahón. Continuaron las exportaciones de lana menorquina a Italia, que beneficiaba especialmente a los propietarios de rebaños ovinos, intensificándose en el siglo XVIII.
Las universidades dejaron de cobrar los derechos de Mar, franquicia que fue un privilegio; no obstante, los barcos extranjeros pagaban el «derecho de ancoraje» que gravaba los fondeos dentro del puerto, establecido por el gobernador Kane, según el tamaño del buque, lo cual limitó el grado de comercio libre que se atribuye a la Menorca británica.
Después del dominio francés (1756-1763), Menorca volvió a ser inglesa (1763-1782), continuó la expansión económica y con un mercado cautivo de unos 2.000 hombres, de consumo de mercancías, como el vino local; además, los menorquines tornaron a tener patente de corso.
El historiador inglés Desmond Gregory argumenta razones por las que los ingleses tuvieron pérdidas en Menorca: a) los mayores beneficiarios de los negocios mercantiles fueron los judíos, griegos y comerciantes mahoneses, además del corso en tiempos de guerra; b) el libre comercio jugó en contra de los intereses ingleses; y c) los aforos dispuestos por los jurados perjudicaban al comercio británico, así como los impuestos sobre el trigo. Después de 1802, los ingleses marcharon de Menorca a la isla de Malta.
La recuperación española de la isla y, concretamente, la incorporación de Barcelona y Málaga al tráfico mercantil y de otros puertos españoles por la liberación del comercio de Indias favoreció: 1) mercado de barcos, y las producciones de la industria naval menorquina; 2) se creó la Real Sociedad Económica Mallorquina del País; 3) Antonio de Capmany, secretario de la Real Academia de la Historia, autor de las «Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de Barcelona», tradujo del lemosín (sic) al castellano el libro del «Consulat de Mar; 4) la Armada española se convirtió en la más poderosa de Europa y se produjo una reconciliación entre los catalanes y los Borbones (Micaela Mata, 1994, 206); 5) se registró un aumento presupuestario del Arsenal del puerto de Mahón; 6) bajo el ingeniero inglés Honorato Bouyon se construyeron tres fragatas modélicas de las seis famosas denominadas las «mahonesas», cuya maqueta se exhibe en el Museo Naval de Madrid, construidas entre 1785 y 1828; y 7) con Bouyon trabajaron su suegro, el ingeniero inglés G. Turner Sanderson, y el mallorquín Juan del Real; Bouyon fue substituido por Manuel T. Serstevens en 1792.
Por Real Orden de 14 de septiembre de 1787 se puso en marcha la construcción del Lazareto en el puerto de Mahón. El objetivo fue prestar servicio a las naves que se dirigían a puertos especiales, y tenían que pasar la cuarentena de los bienes que transportaban; Carlos III, que fallecería en 1788, dio la orden de dicha construcción a Campomanes, quién encargó a Floridablanca gobernar el proceso; varias intendencias del ejército aportaron pingües recursos financieros, ocupándose el Banco de San Carlos de su transferencia a la sucursal en Mahón, a cambio de una explícita comisión por ejercer tal servicio. Por su parte, el auge del tráfico marítimo de naves procedentes de América incrementó las Rentas Generales de Aduanas. En 1785, se construyó el paseo de La Alameda -«s’Hort nou»- en el puerto de Mahón, de influencia italiana.
Creció el déficit insular del trigo, a causa del aumento de la población, que pasó de 16.000 habitantes en 1700 a 32.143 en 1797. En la etapa española, el comercio del trigo fue la actividad mercantil predominante, suponiendo el 34,5 % del tonelaje; y el tráfico con los ingleses cayó al 6%. Los años 1798-1802, a modo de modelo hipotético deductivo respecto a la etapa española anterior y posterior, tuvieron poca incidencia económica; el periodo 1808-1820 fue muy expansivo, realidad a modo de contrafactual, con base cuantitativa, que podría refrendar, parcialmente, mi proposición inicial.
Destacó el ensamblaje directivo en el Arsenal, entre ingenieros británicos y técnicos insulares. En otros sectores también se puede observar la presencia tecnológica británica, instrumentada en responsabilidades operativas y/o difusoras de conocimiento científico-técnico, como ocurriría más tarde asimismo en la pionera fábrica textil algodonera, la «Industria mahonesa» (1856-1879), cuyo director técnico y la maquinaria fueron británicos, con el soporte del vapor; también en el sector del calzado, donde la tecnología americana propició una parcial mecanización en el sector menorquín. Las principales innovaciones tecnológicas fueron genuinamente inglesas, aunque integradas en la tradición y experiencia manufacturera de los menorquines.